Reflexiones sobre la construcción tipográfica
Publicado originalmente por la Sociedad Tipográfica de Montevideo
La tipografía es la manifestación visual del lenguaje que implica, necesariamente, medios tecnológicos para su reproducción. Podemos hablar entonces de tipografía recién cuando aparecen las técnicas de impresión. Además ésta implica generalmente la reutilización, es decir, la independencia de la materia prima diseñada[1] respecto del producto impreso, puesto que la configuración de la primera antecede en el tiempo a la concreción de lo segundo.
No obstante lo anterior, el aspecto de la letra –su forma– se ha configurado luego de un proceso de varios siglos en el que la tipografía es un resumen, una conclusión. La mayor parte de este recorrido se ha desarrollado mediante la producción manual y particular de cada una de las instancias en las que se empleó la letra o, dicho de otra forma sin tener en cuenta la concepción de repetición lógica solo con el empleo de tecnologías de impresión.
La vinculación con la reproducción ha permitido entonces –en el transcurrir del tiempo– que la manifestación de la letra pase del mundo de la escritura al mundo de la tipografía y, por lo tanto, al mundo del diseño estricto, concreto, geométrico. A lo largo de esta historia han existido diversidad de modelos referentes de las proporciones, las estructuras y las terminaciones, pero es recién con el advenimiento de las tecnologías de reutilización tipográfica (de tipos, de matrices, de punzones, etc.) que la letra ha debido tener una descripción matemática específica, detallada y, sobre todo, perdurable y reproducible al grado de la exactitud, más aún en tiempos en que las tecnologías se han tornado digitales. Más allá de la concepción inicial geométrica o no, nos referimos a que la tipografía fija la forma de manera definitiva.
El contexto histórico –de la invención de la imprenta de tipos móviles[2]– es el momento en el que gran parte de las manifestaciones de la cultura occidental se reformulan bajo una mirada matemática y racionalista: el Renacimiento. Durante este período la explicación de que el todo por la parte es una de las normas y, por supuesto, también influirá en la tipografía. Tal vez desde aquí la metodología del módulo haya quedado vinculada –hasta el presente– a una de las vertientes del diseño tipográfico.
Hoy en día la utilización del sistema modular es, además, muy seductor para muchos tipógrafos en tanto que apunta a simplificar unos procesos de producción generalmente largos, complejos y, muchas veces, repetitivos. El módulo aparece entonces como una solución viable y práctica para la estandarización de resultados visuales: pesos, alturas, formas, distancias, etc.
El problema surge cuando la metodología modular se aplica con desconocimiento del desarrollo histórico que ha tenido la disciplina. Si bien los módulos apuntan a estandarizar los resultados formales del sistema de escritura, hay que considerar que la escritura –al menos en occidente– proviene de distintas situaciones históricas, culturales y geográficas, es decir, que la misma no deviene de un único sistema sino, más bien, de cuatro.
La representación completa del lenguaje abarca distintos grupos de signos: mayúsculas, minúsculas, números y puntuaciones. La utilización de cada uno de estos grupos, y por tanto su configuración, responde a diversos momentos del desarrollo cultural occidental. Es decir que no nacieron juntos como parte de un sistema consolidado y unificado, más bien ocurrió lo contrario.
Podemos ubicar la procedencia cultural, geográfica y temporal de estos cuatro grupos como sigue:
Las mayúsculas en la piedra del imperio romano. Las minúsculas en el pergamino del imperio carolingio. Los números en el prerrenacimiento italiano, provenientes del norte de África; y los signos de puntuación en la antigüedad clásica, en la biblioteca de Alejandría.
Esta diversidad cultural implica que la tipografía es un elemento que difícilmente podrá reducirse con éxito a una naturaleza de origen modular. A menos que el diseñador decida desprenderse de la complejidad intrínseca de la letra y acepte dejar de lado algunas de las características propias de cada sistema. Es de suponer entonces que al decidirnos por el diseño tipográfico modular no podríamos proponer una solución satisfactoria para todos los campos de aplicación de la escritura.

Mayúsculas
Para los intereses tipográficos podemos ubicar el nacimiento de las mayúsculas en el Imperio Romano y, más concretamente, en la columna de Trajano. En este caso se trata de una escritura realizada en piedra y de carácter monumental. De otra forma podríamos decir que se trata entonces de una letra ejecutada lentamente, concienzudamente, de forma calculada y medida y con la finalidad de perpetuar mensajes de Estado frente a la ciudadanía. Esta finalidad y forma constructiva tiene como resultado más relevante, para lo tipográfico, la lentitud, que se manifiesta en la profusión de rectas, ángulos y vértices; además de una altura de los signos mayoritariamente constante (salvo ‘Q’ que desciende bajo la línea base).
Si bien, como ya definimos, en el caso de Trajano no hablamos de tipografía, la importancia formal de estas escrituras talladas en piedra ha sido tal que es uno de los referentes fundamentales al momento de establecer proporciones en el diseño tipográfico.
En términos estrictamente tipográficos un hito importante en la historia de las letras –tanto mayúsculas como minúsculas– es el diseño de la Romana del Rey[3] que se inscribe en ese espíritu dominante desde el renacimiento de la geometrización matemática –y consiguiente modularización–, acentuado por la impronta cientificista propia del barroco. Podemos ver cómo se intentó someter a la letra al rigor y a la lógica de la grilla constructiva.
Más próximo a nuestros días podemos ubicar en la tipografía Futura[4] un ejemplar paradigmático de la racionalización matemática (esta vez del siglo xx). Es significativo comparar las propuestas iniciales de los signos minúsculos, claramente inspirados en la visión constructivista del primer cuarto del siglo alemán y cómo, sin embargo, las compañeras mayúsculas siguen siendo fieles ejemplares de la cultura romana de casi veinte siglos antes. Podemos decir que en este caso Renner acepta el sometimiento a la historia tipográfica manteniendo a las mayúsculas en su configuración histórica y tradicional, imperial.
Minúsculas
Las minúsculas en cambio no surgieron sobre la piedra; por el contrario, tienen una identidad que deviene de los ancestros del papel y de los rápidos movimientos de la mano. Podríamos ubicar su nacimiento conceptual durante el período carolingio[5]. Y, a diferencia de sus hermanas mayores, las minúsculas han tenido mayor diversidad formal una vez que se difundieron a caballo de motivos menos imperiales y perpetuables. Tomaron de cada subcultura rasgos formales que configuran un amplio catálogo de respuestas visuales a las problemáticas del soporte, la herramienta de escritura, las características fonéticas del lenguaje y, en suma, las características de cada pueblo que las empleó. Justamente las carolingias surgen con la idea de ordenar tal variedad que comenzaba a dificultar la comunicación y producción de textos.
Una de las respuestas adaptativas al contexto cultural está plasmada en las letras góticas, que se convirtieron en las primeras tipográficas –según la historia oficial– al ser las elegidas por Gutenberg para su biblia de 42 líneas y, antes, para su Misal de Constanza.
Es curioso que este nacimiento, el de la tipografía y en particular el de las minúsculas tipográficas, se haya dado en una letra de matriz modular, al punto de configurar verdaderas texturas sobre la página y que poco responde al trazo humano que si cuajó en el sur de Europa dando nacimiento a las expresiones tipográficas romanas o, incluso, itálicas.
El proceso histórico de las minúsculas podría simplificarse diciendo que estas fueron cada vez más gestuales. Y que esta tendencia se mantuvo, en términos generales, hasta los comienzos del siglo xx. En esta dirección evolutiva podemos establecer una secuencia que comienza con las letras góticas para pasar luego a las fracturas –bastante más sueltas–, pasando luego por las itálicas derivadas más claramente de la mano, aunque sin abandonar los preceptos renacentistas de moda.
El camino continúa con las barrocas que empiezan a alejarse de la rígida modularidad y que, por lo tanto, presentan más ángulos, ejes y tipologías de remate de trazo que sus predecesoras. Y, a medida que la escritura se populariza y que las tecnologías de escritura van permeando la forma, vamos encontrando nuevos estilos que recogen la normalización de los movimientos manuales a través de las cursivas.
Números
Para nuestra cultura occidental los números se representan con dos sistemas de signos que, incluso desde el nombre, responden a dos situaciones culturales bien diferentes: la romana y la arábiga. Inicialmente utilizamos únicamente los números que conocemos como romanos hasta que, aproximadamente en 1202, Leonardo de Pisa[6] introduce los arábigos de forma definitiva en occidente tomándolos al parecer del trabajo del matemático árabe Al-Juarismi (780-850 d. C.), quien –a su vez– lo tomó de los matemáticos indios quienes en el siglo VI ya los manejaban. En este traslado, desde la India hacia Occidente, pasando por el mundo árabe, lo que estos últimos incorporaron es el punto decimal (no solo como grafía, sino también el concepto), alrededor del 950 de nuestra era.
El uso de los romanos, formalmente idénticos a las mayúsculas en la mayoría de las tipografías, ha quedado restringido a situaciones concretas: contar los siglos antes y después de Cristo, numerar a los papas y a los reyes.
La utilización de diez cifras para representar un sistema numérico de base decimal seguramente contribuyó al éxito de esta escritura y su utilización sin mayores reparos para los ámbitos científicos y contables.
Puntuación
Finalmente los signos de puntuación tienen otro origen derivado de otro fin. Su historia comienza cuando ocurre un cambio en los hábitos de lectura. En torno al año 192 antes de nuestra era, Aristófanes de Bizancio, quien estaba al frente de la biblioteca de Alejandría, comenzó a practicar marcas en los textos para facilitar su comprensión lógica.
En un primer momento el libro oficiaba de ayuda memoria para la colectivización de la liturgia, es decir para presentar un contenido conocido y sabido de memoria por los lectores quienes, además, compartían en voz alta los textos. Cuando la lectura se torna individual y de contenido desconocido para el lector son necesarios nuevos signos que representen las pausas, las conexiones, las separaciones… y todas aquellas situaciones que no pueden ser representadas mediante los fonéticos.
Conclusiones
En suma, el diseño de tipografía supone, contra lo primero que pensamos, bastantes más signos que aquellos que representan sonidos. Además todos ellos se nutren de un recorrido histórico que los configuró –y seguramente configura todavía– y que necesariamente debe ser tenido en cuenta al momento de diseñarlos o al menos, como planteábamos más arriba, al momento de hacer consciente la renuncia a dar respuesta a todos los problemas que intenta solucionar el hombre con tipografías.
La historia tiene variados ejemplos de ejercicios modulares aplicados a la tipografía. Tal vez de los más célebres sea el de Herbert Bayer en el contexto de la Bauhaus.
El resultado, pretendido como universal, no es más que la confirmación de que la modularización del proceso atentará, necesariamente, contra algún aspecto de la tipografía, el más común –como en este caso– es la legibilidad.
Vicente Lamónaca
Montevideo, reedición octubre 2019
1 “Más que una obra concluida, el tipógrafo presenta una materia prima para que otro genere comunicación, propicie reflexión, proponga o disuada comportamientos, o lo que fuere que defina el otro, distinto del tipógrafo.” Arte El País.
2 Más allá de la controversia sobre la invención
de la imprenta de tipos móviles, en el contexto de la cultura occidental la difusión de la tecnología en la cultura popular se atribuye a Johannes Gutenberg c. 1440.
3 La Romain du Roi es una tipografía diseñada para el Rey Luis XIV (Rey Sol) de Francia. El diseño recayó en Philippe Grandjean, quien recibió el pedido de hacer una letra orientada por los principios científicos.
4 Futura, diseñada por Paul Renner en 1927 para la Bauer Type Foundry.
5 El imperio Carolingio se desarrolló entre los años 774 al 843. Al fundar la Escuela Palatina (y al colocar al frente de ella a Alcuino de York), Carlomagno sentó las bases para la unificación de los estilos caligráficos europeos. Si bien con anterioridad a este momento histórico podemos encontrar en las escrituras unciales –y más marcadamente con las llamadas semiunciales– antecedentes formales de las letras minúsculas, no deberían concebirse bajo la definición actual de minúsculas en tanto compañeras más veloces de las mayúsculas, es decir, no formaban parte de un alfabeto binario compuesto de mayúsculas y minúsculas, noción que se asienta sí con Carlomagno.
6 Más conocido como Fibonacci, Pisa, Italia 1170-1250